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Este libro -en que todo es cierto, en el cual no se ha necesitado de ninguna ficción para asombrar- está dedicado al fenómeno de los serial killers, criminales que matan más de tres personas, en episodios aislados, sin móvil evidente o empujados por instintos sexuales desviados, que cometen sus atrocidades durante meses y hasta años. Los asesinos seriales no son como la gente cree. Son peores. Ottis Toole, caníbal, inventó una salsa para carne humana, que fue premiada -como una boutade- en un Congreso de Gastronomía, en Canadá. David Parker Ray, "El asesino de la Caja de Juguetes", había creado esa casita para torturar, lo que hacía utilizando poleas, esposas y una camilla ginecológica; y haciéndole escuchar a las cautivas mensajes de resignación. Por este libro pasan la vida y andanzas criminales de 24 asesinos. Los más terribles y crueles que puedan imaginarse, Ted Bundy, Ed Kemper, Richard Ramírez, David Berkowitz, Albert Fish, los Gallego, Gary Ridgway, y otros. Pero algunos de ellos matan inconteniblemente, no pueden dejar de matar, aunque lo quieran. Entonces ¿en qué medida son imputables si sus actos están por encima de su voluntad, si nada se puede hacer para impedírselo? Por eso, Omar Breglia Arias , autor de larga trayectoria en el campo penal, dice que este fenómeno le prende fuego a toda la criminología. Y que si bien, en su enorme mayoría los asesinos en serie son psicópatas, no se incluyen entre ellos, ni los terroristas, ni ciertos jefes de Estado, ni los asesinos por encargo, puesto que a estos los motiva el fanatismo, el poder político o el dinero. Argentina lo sabe bien.